Si 2023 y 2024 han sido años marcados por la presencia de la inteligencia artificial en todos los ámbitos, especialmente en aquellos relacionados con la creación de contenido, no es de extrañar que en 2025 sigamos por el mismo camino. En un mundo donde los vídeos, imágenes y audios son cada vez más fáciles de manipular, hay algo que está arrasando y que ya se ha convertido en un arma de doble filo para la comunicación: los deep fakes.
¿Deep QUÉ?
El término deep fake surge de la combinación de las palabras deep learning (aprendizaje profundo) y fake (falso) —sí, le han dado muchísimo al coco—. Un nuevo palabro que, básicamente, hace referencia a todo ese contenido digital manipulado a través de la Inteligencia Artificial —ya sea vídeo, audio o imagen— para alterar situaciones, voces o rostros de personas, creando así una versión falsa pero muy convincente de la realidad.
Para entrar en materia vamos a imaginar que nos encontramos con un vídeo de Taylor Swift anunciando a sus seguidores que regala entradas para su próximo concierto. Podrá parecer real, pero si lo pensamos bien… hay algo que no encaja. Ojo, no decimos que Taylor no sea un alma caritativa y generosa. Pero, a priori, lo suyo sería desconfiar y tratar de contrastar la información, por ejemplo, en la cuenta oficial de la cantante. Porque es probable que estemos ante un claro ejemplo de deep fake.
Aunque esta tecnología no es precisamente nueva, lo que la hace cada vez más peligrosa es su accesibilidad, ya que, gracias a las apps, actualmente está ya al alcance de cualquiera. Lo que antes requería de ordenadores potentes y conocimientos avanzados, hoy en día se puede resolver con un móvil y una aplicación gratuita —lo cual estaría genial si viviésemos en un mundo de color de rosa y a nadie se le ocurriese utilizar estas herramientas para hacer el mal, pero no es así—.
La IA a nuestro favor
Dejando a un lado el tono catastrofista, estas herramientas también nos han abierto un mundo de posibilidades positivas. En marketing y publicidad, los deep fakes permiten desarrollar campañas más creativas e innovadoras, crear contenido de impacto y mejorar la experiencia del cliente. Todo esto reduciendo costes y facilitando así el acceso a pequeñas empresas. ¿Recordáis el deep fake de Lola Flores protagonizando el anuncio “Con mucho acento” de Cruzcampo? Pues esto es solo el principio.
Otra aplicación muy popular es la de los influencers virtuales, como lil.miquela. Creados por las propias empresas, estos influencers son un chollo porque acumulan millones de seguidores, siempre dicen amén a lo que la marca necesita y, por lo que sea, nunca se meten en escándalos. Además, también estamos viendo cómo las marcas utilizan IA para personalizar y adaptar al máximo los mensajes a los usuarios.
El lado oscuro de los deep fakes
Ahora bien, como comentábamos al principio, los deep fakes son un arma de doble filo. Esta herramienta conlleva una gran responsabilidad, ya que, de no usarse correctamente, los deep fakes pueden volverse en nuestra contra.
Si el público percibe nuestra campaña como engañosa, no solo podremos perder su confianza, sino que el engaño correrá como la pólvora y nos haremos más reconocidos por nuestra falta de transparencia que por nuestro producto —una crisis de reputación de libro, vaya—. Además, también hay que tener en cuenta que el uso de esta tecnología puede ocasionar problemas legales si se crea contenido falso con la voz o rostro de otras personas sin su consentimiento.
¿Cómo detectarlos?
Los deep fakes tienen una capacidad para imitar la realidad de manera tan convincente que genera riesgos alarmantes. En un momento en el que las fake news se propagan más rápido que las verdaderas noticias, esta tecnología se ha convertido en una amenaza para el marketing, la publicidad y, por supuesto, los medios de comunicación.
Por suerte, aunque cada vez es más complicado, también existen formas para identificar estas manipulaciones. ¡ATENCIÓN!
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Número de parpadeos: Los seres humanos parpadean de forma natural, mientras que los deep fakes suelen hacerlo poco o nada. Y si lo hacen, seguramente sea de forma un tanto extraña y lo suficientemente llamativa, tipo: guiño, guiño, codazo, codazo.
- Cara y cuerpo: Crear una falsificación completa que abarque la fisicidad de una persona es muy complicado, por lo que la mayoría de deep fakes se centran solo en el rostro. Lo que nos deja una especie de collage humano de proporciones entre caras y cuerpos o movimientos corporales que no coinciden con las expresiones faciales —algo así como el Mr. Potato de la era digital—.
- Duración del vídeo: Por el momento, la IA no está preparada para trabajar el largometraje. Una buena falsificación requiere mucho tiempo y entrenamiento del algoritmo, por lo que los vídeos falsos suelen ser cortos.
- Sonido: Otra red flag que puede ayudarnos a identificar deep fakes es el sonido. Así que si el audio no coincide con el movimiento de los labios, ¡hay que sospechar!
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Interior de la boca: Por último, por absurdo que pueda parecer, esta tecnología no es muy buena reproduciendo la lengua, los dientes, ni la cavidad bucal en general cuando la persona habla. Por lo que si vemos una boca borrosa o poco natural —dejando a un lado las virguerías estéticas— también podemos identificarlo como una señal de alarma.
En resumen, mal que nos pese, los deep fakes han llegado para quedarse. Y aunque, como hemos podido ver, ofrecen grandes oportunidades para el marketing y la publicidad, también pueden suponer un peligro si las marcas no encuentran un equilibrio sano entre la creatividad que nos ofrecen y la ética que debemos aplicar.
Por cierto, si os interesa conocer otras aplicaciones de la inteligencia artificial, siempre podéis recurrir a nuestra hemeroteca.
¡Nos vemos en el próximo blog!